Los límites experienciales del arte, a prueba
Fuente: Tribuna Complutense
¿A qué saben, por ejemplo, Las Hilanderas de Velázquez? ¿Y a qué huelen? ¿Cuál podría ser su tacto? ¿Cómo las podríamos mirar sin ver? ¿Cómo sonarían? Esta práctica cercana a lo imposible y aplicable a cualquier obra de arte se va a llevar a cabo durante cinco martes seguidos -el primero ha sido el pasado día 20- en la Facultad de Geografía e Historia. “Se trata de reflexionar sobre los límites experienciales del arte“, señala en la inauguración de las sesiones el investigador de Arte Medieval Ángel Pazos-López y secretario
científico del Consorcio MUSacces, en el que participan la UCM, la Autónoma, la UNED, el Museo del Prado, la Comunidad de Madrid y la Unión Europea. Él es el coordinador de estas sesiones tituladas “El Museo del Prado a través de los cinco sentidos”. “Disfrutemos con los cinco sentidos de las obras de arte”, propone. “Dejémonos dilatar nuestro punto de vista. Reinterpretemos desde nuevas lecturas nuestra forma de acercarnos a las obra de arte”, pide a las 250 personas que han dejado pequeño el salón de actos de la Facultad para asistir a la primera experiencia sensorial, la del gusto. El profesor de Historia del Arte II Jesús Cantera y el cocinero Mateo Sierra, finalista de la II edición de MasterChef, el concurso que emite TVE, son los encargados de conducir la experiencia.
Arte accesible a todos

Antes de entrar en la primera experiencia sensorial, la del gusto, los profesores Ángel Pazos-López y José María Salvador, coordinador científico de MUSacces, explican que este consorcio, creado en enero de este año, busca abrir la contemplación y experimentación del arte, de los museos, en especial de El Prado, a todas las personas, a acercar las obras artísticas a quienes no pueden oir o ver o simplemente a quienes por estar cumpliendo penas de privación de libertad no pueden acercarse a contemplar las obras en primera persona. Para el decano de Geografía e Historia, Luis Enrique Otero, es una buena noticia que “desde el ámbito de las humanidades afrontemos el reto de acercar el patrimonio cultural a todos“. Para Mercedes García, delegada del rector para la Unidad de Apoyo a la Diversidad e Inclusión, este consorcio, esta iniciativa, es una muestra de una universidad “abierta” que da pasos hacia la inclusión y que se ha dado cuenta que sumar las capacidades de todos es la mejor manera de avanzar.
Banquetes, bodegones y mucho vino
Y entramos en la experiencia, en el papel del gusto en el Museo del Prado y en la experimentación del arte. El profesor Jesús Cantera relata cómo en los fondos del Prado se ha tratado y contemplado el sentido del gusto. Hay obras que dedican su título al gusto. Ahí está la serie dedicada por Rubens y Jan Brueghel el Viejo a cada uno de los sentidos o la que el propio Brueghel dedicó a El gusto, el tacto y el oído. Pero si algo hay en el Prado, hasta provocar “la excitación de las papilas gustativas”, son los bodegones. Los hay de todo tipo de alimentos, animales o vegetales y algunos de increíble realismo, “a los que sólo les falta oler“. También se prodigan en las salas del Prado las obras en las que la comida, el banquete, centran la atención –Banquete de Aqueloo, de Hendrick de Clerck, muestra el profesor Cantera como ejemplo- o simplemente como acompañamiento -ahí está Cristo en casa de Marta y María, de Beuckelaers-. La escuela flamenca, según explica el profesor complutense, elevan a su mayor expresión este uso del banquete en la pintura.
Como una buena comida debe ir -así se dice- acompañada de un buen vino, son precisamente “los placeres del vino” otra categoría destacada por el profesor Cantera en su recorrido por los fondos del Prado relacionados con el gusto. Por supuesto, ahí están La bacanal de los andros, de Tiziano (donde el río en vez de agua lleva vino); Los borrachos, de Velázquez o El bebedor, de Goya. La charla del profesor complutense concluye alertando de los efectos dañinos que también puede comportar la comida, como ya describió El Bosco en su Mesa de los pecados capitales, en el espacio dedicado a la gula, o Rubens en su Adán y Eva.
Terminado el repaso visual, llega el momento de dar el siguiente paso. Para ello toma la palabra Mateo Sierra, cocinero de profesión y exponente del salto mediático que han dado estos profesionales en los últimos años, en su caso al participar en el televisivo concurso MasterChef. La primera parte de su exposición es también teórica y visual, aunque ya deja entrever un paso más. Habla de la nouvelle cousine y de Ferrán Adriá, como máximo representante en España, de esa nueva manera de entender la gastronomía como una actividad artística que supera a su vertiente artesanal. Habla Sierra de cómo desde siempre, desde las cuevas de Altamira, la relación del arte y de lo que se come ha sido y es constante. Así, tras pasar por el medievo, renacimiento, barroco llega hasta el siglo XX y Andy Warhol, con sus series sobre alimentos o el arte de la cartelería que se ha desarrollado para publicitar las marcas y sus productos.

Cuatro obras, cuatro platos
¿Y Mateo Sierra, el cocinero Mateo Sierra, qué tiene que decir? Él prefiere cocinar. Ha aceptado el reto. Ha elegido cuatro obras del Prado y las ha convertido en comida. Mejor dicho, ha creado sendos platos que, a su entender, contienen la esencia de las obras que toman como referente. Así, Los borrachos de Velázquez se convierten en sopa de tomate, higos al moscatel y queso de romero. La fragua de Vulcano, también de Velázquez, es para Sierra una codorniz ahumada y agridulce, calabaza, queso y perigord. Las hilanderas, no salimos de Velázquez, inspiran un postre de esponja de aromáticas y avellana, algodón, aguacate y chocolate. La última receta es la marcada por El jardín de las delicias, de El Bosco. El plato lo denomina, cómo no, “El jardín”, y sus ingredientes son parmentier de patata y trufa, crumble de avellana y cacao, y sobre ellas el jardín: tomates, berenjena, pimiento de padrón, ajetes y albahaca.

Sierra tiene una última sorpresa y ante el asombro de los asistentes se comienzan a repartir pequeñas raciones de cada uno de estos platos. La idea es, como explica el coordinador de las sesiones, Ángel Pazos-López, que cada semana el profesional que acompañe al experto en su acercamiento al sentido en cuestión comparta con los asistentes su propuesta. El martes 29 toca la vista.

Del derecho a tocar al privilegio de no ver y mirar
Fuente: Tribuna Complutense
El ciclo “El Museo del Prado a través de los 5 sentidos” está mostrando a los más de dos centenares de personas que están abarrotando cada martes -previa inscripción- el salón de actos de Geografía e Historia otras maneras de acercarse, de percibir, de interactuar con las obras de arte. En las dos sesiones de esta última quincena no se han probado suculentos platos como los ofrecidos por el cocinero Mateo Sierra en la sesión inaugural dedicada al sentido del gusto, pero sí se ha mostrado cómo los artistas consiguen que los protagonistas de sus obras miren o por qué un cartel con la leyenda “No tocar” puede ir contra la esencia de una obra. También ha habido eso que se llaman lecciones de vida y hasta, por qué no decirlo, alguna intervención más bien aburrida.
Empezaremos por lo último, y es que tras tres sesiones de este ciclo organizado por el consorcio MUSacces, y dirigido por uno de sus miembros, el investigador complutense Ángel Pazos-López, es que quienes asisten, y como decimos abarrotan cada martes el aforo de la sala, lo hacen buscando percepciones, sentimientos, provocaciones… Por ello, algunas lecciones teóricas y poco arriesgadas causan más murmullo que aplausos. Por suerte, en cada sesión los especialistas están acompañados por los “profesionales”, quienes quizá con menos ataduras y menos pendientes de un a veces mal entendido rigor son capaces de provocar reflexiones tanto o más interesantes que sus compañeros de mesa.
“No tocar” ¿Por qué?
Acompañado de una calavera o del dibujo de un hombre electrocutado, los carteles con el imperativo “No tocar” se han convertido en inseparables compañeros de las obras de arte. A veces, según señala el escultor, dibujante e incluso profesor en la ETSI de Arquitectura de la Politécnica de Madrid, Miguel Sobrino, de manera no sólo innecesaria sino “contradictoria” con el sentir de la obra, con la intención de quienes las hicieron. “A veces tocar es parte del proyecto. La Catedral de Santiago está hecha para ser tocada, pero los conservacionistas nos lo impiden. Hay obras que te piden que les des un coscorrón o un abrazo. Se crearon para ello y hoy no nos dejan hacerlo. No se dan cuenta que a veces es mejor que se desgaste por el uso al que estaba destinado a que la gente se salte las prohibiciones y se abalance sobre las obras”. Sobrino, consciente de ser un tanto transgresor e ir contracorriente de las prácticas conservacionista propone -en broma, por supuesto- que se limite el contacto con otras obras. “A veces es exagerado. Ahí tenemos a la leona de Girona y eso de Si quieres volver a Girona, bésale el culo a la leona“.

Dice Miguel Sobrino -quien estuvo acompañado en su sesión por el profesor de la Universidad de Sevilla Francisco Ros– que tocar las obras nos muestra mucho de ellas. De hecho, muchas veces el sentido del tacto es el más valorado. Ahí está Isaac quien pese a oír la voz de Jacob le dio la primogenitura al tocar su brazo peludo de piel de oveja confundiéndole con el de Esaú, como se muestra en El Prado en “La bendición de Isaac”, de José de Ribera. También a veces es muy importante saber cuánto ha tocado el autor la obra, ver, por ejemplo, cómo ha pulido el mármol, como sus manos han convertido su pieza en algo único, por muy parecida que sea a otras. En este punto, Buñuel en Tristana nos lo dejó claro con Catherine Deneuve eligiendo una columna sobre las demás en un patio lleno de ellas ante la incredulidad y asombro de Fernando Rey. “Eso es el arte, ese hacer que todo sea diferente, único”, concluyó Sobrino.

Selfies no, por favor
Una semana antes, Agustín González Cano, profesor de la Facultad de Óptica, escritor y “apasionado del arte” -son palabras suyas- hizo lo contrario. Si Sobrino enfatizó el valor de las manos que tocan la obra, González Cano se quejó de que el producto de aquello a lo que su ciencia centra sus esfuerzos, los instrumentos ópticos, se hayan convertido en un innecesario elemento que impide, cada vez más, disfrutar, de la obra del arte. Lo explicó con un ejemplo y una foto. La imagen es del Museo del Louvre, la hizo este verano en la sala donde se muestra La Gioconda. Allí está ella, majestuosa, mirando a todos, gracias a la maravillosa técnica de Leonardo, pero sin embargo muy pocos la miran a ella. Casi todos miran sus teléfonos móviles y cámaras fotográficas. Algunos incluso le dan la espalda en busca de un selfie. “Para hacer esto no hace falta ir a París”, concluyó González Cano, quien antes había dedicado sus esfuerzos a mostrar cómo a lo largo de los siglos los artistas han conseguido que los protagonistas de sus pinturas miren de maneras sin igual. González Cano lo atribuye a sus conocimientos ópticos, a depuradas técnicas de aprovechamiento de los reflejos de la luz. Como ejemplo pone a la ya señalada Mona Lisa, al Caballero de la Mano en el Pecho de El Greco, “el campeón absoluto del uso de la reflexión de la luz”, el Retrato de San Antonio el Grande de El Bosco o el Inocencio X de Velázquez. Pero ante todos, en El Prado se queda con uno, “y tiene su gracia que el ser vivo más humano del Prado no sea humano, sino un perro”, señala en referencia a los ojos del Perro semihundido, de Goya.
Ante todo, sentir
Y es que hay veces que lo contradictorio es lo más real. Lo dice un asistente al ciclo en el turno de palabras que siguió a la sesión sobre la vista -en la que junto a Agustín González Cano, intervino Javier Portus, jefe del Departamento de Pintura Española hasta 1700 del Prado-. Se presenta como una persona invidente, pero poseedora de la mejor mirada. La suya está en el cerebro. Allí le llegan las imágenes limpias “sin distracciones, sin los desenfoques de la vista, que en realidad es el órgano que más distrae. Mirar es sentir y eso se hace dentro de cada uno de nosotros“, concluyó entre los aplausos del público. El próximo martes, el 11 de octubre, toca el oído, y el 18, la sesión final con el olfato.
